Mi hijo dice "cariñar" cuando se refiere a las caricias y la verdad es que a mí me encanta. El sábado amaneció templado, sin viento, ideal. Improvisamos compras, colchonetas y vajillas y nos subimos al auto. Si desde la ciudad de Córdoba se pueden ver las montañas, imaginate, cuánto podés tardar en alcanzarlas: 20 o 25 minutos. Y partimos a "cariñarnos" los ánimos.
El asador estrenó por segunda vez (claro que se puede estrenar por segunda vez!) su "ciencia", armamos la semi tienda para tirarnos a leer, semi tienda criticada y ubicada en el sector "para qué gastamos en ésto" y que por fin refutamos tal pre concepto. El niño metió los pies en el barro, hecho que incluyó buzo, medias y zapatillas. Comimos riquísimo y picoteamos budín de naranja hecho a las apuradas (de verdad, saben muy ricos, asi nomás, ponele esto, esto y eso al horno y sacarlo un minuto antes de salir).
Le convidamos carne a unos perros vagabundos y les dijimos que no, que al auto no, que hasta allí llegó la hospitalidad. Partimos a merendar por otros lados previa compra de buzo y medias (deme los más baratos, por favor) para que el pequeño no se congelara. Caminamos y caminamos y cuando estaba fresco, el café y el chocolate caliente terminaron este especie de "parche" a la cotidianeidad. Eso suma, les aseguro, pero hay que seguir trabajando en este tránsito emprendido en el último "parate".