6.6.10

UN DOMINGO

A veces extraño los domingos, pero no tanto los domingos de muy chica porque no los recuerdo con tanta frescura sino aquellos en que la casa se llenaba de niños, hermanos y tíos y el menú era un crisol de razas aparentemente incompatible: pastas y asado. Mi mamá hacía tortas en cinco minutos en moldes savarín y las ponía a enfriar en el patio sobre la casilla de gas. 
Esos domingos tenían banda de sonido de partidos de fútbol en AM y anocheceres nostálgicos cuando las visitas partían a los bostezos. 
En un rescate emotivo trato de recrear algo de la magia de aquellos tiempos donde éramos muchos más que ahora en que los rumbos y el destino han sucumbido a todos los relojes imposibles.
Mi despertar fue calmo, los niños gustan de hacerse el desayuno porque tenemos la maquinita que "hace espuma" y así el chocolate sabe más rico. Prendo la tele y descubro una nueva serie "The Big Bang Theory" y van al toque dos capítulos muy divertidos. Continúo con sensación: "es muy temprano para levantarme". Circulan ruidos de hogar de pie pero me cuelgo también en un doblete de "Sex in the city" mientras le doy "unas vueltas al tejido". Mi hija merodea y le indico que es hora de hacer la "Exquisita" para la merienda y para que la casa huela a horno encendido y le encanta prepararla sola. Hay un espléndido día de sol, la parrilla se va a calentar. Comemos rico porque papá hace unos asados requete ricazos y las cebollitas al rescoldo son una magnífica compañía. Sigo tejiendo al sol y prometemos caminata post almuerzo. Lo que significa: bicis, perras y amigo que se cruce, se suma. Salimos como abandonando el Titanic. Y te dije, se sumó gente. El niño no pierde de vista los árboles desde donde se pueda sentir un Tarzán de ciclovía. 
Ella se ríe de sus ocurrencias porque apenas subido grita como salvaje. Su amigo cuida la perra y ata la cuerda al manubrio y Gloria arrastra la bicicleta con la energía que la invade.
La Negrita, no. Sigue apretada a mis pasos, se detiene en las esquinas para que la levante y crucemos, rodea a los niños si se acercan desconocidos, y eso que no pasa de mis rodillas. Pero a las 16 mi feliz carroza se convirtió en zapallo. ¡Qué digo zapallo! En hiel se convirtió. Entraba a trabajar en minutos y no hubo bostezo, digestión ni: "mamá no te vayas ... " que pudiera remediarlo.
Estoy feliz porque estoy construyendo mis domingos, nuestros domingos. Me ha costado mucho lograrlo, para qué negarlo. Pero era hora, nena.

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