30.1.11

DEvÓRAME OTRA VEZ

Voraz. Insaciable.
Cuando tempranamente chateábamos con el mirc, con una amiga nos poníamos Débora Dora. Y dele que te dele conociendo desconocidos que nunca llegaro a la categoría de ilustres.
Así, tengo dos días sin laburar (L y M) y me quiero devorar un par de libros, nadar, tengo que lavar ropa (buscar donde lavarla, primero y secarla) y ordenar el desorden infinito de una casa en transición.
Ah, claro, tengo una familia que también devoro de a poquito, mientras me cuentan sus cosas, veo series de tv por internet o compartimos cositas como hoy: un helado a la salida del trabajo.
Lo quiero de menta granizada, que pique en el paladar. También quiero dejar de toser el polvillo ambiental y que no llegue marzo. Malditos hiper mercados, que han puesto a relucir los útiles escolares antes de fines de enero.

12.1.11

CONTRARIEDADES COTIDIANAS 22: OTRO LADRILLO EN LA PARED

Andamos más punks que nunca, "para construir necesito destruir", dijo el Sex Pistol Johnny Rotten. Y cuanta razón tenía... Lo que en otro momento fuera un cuartito del fondo fue a parar a un par de contenedores. El resultado está a la vista y el futuro también será posteado. De ese sector, además de escombros, fueron a dar a distintos sitios cosas como monedas viejas que nunca coleccionaré, triciclos que quedaron chicos, pinturas que se endurecieron, secarropas que nunca fue refaccionado y casi-juguetes (barbies decapitadas, peluches descuajeringados, autitos en llantas y ladrillos de plásticos inservibles para construir algo de verdad).
La familia itinerante visita la casa y huye. Huyo, vale aclarar, y mientras tanto:
  • Rezo para que no llueva tanto como para que me arrastre la arena hasta el Río Suquía.
  • Controlo planos que no entiendo.
  • Me encapricho en conservar una puerta antigua que no sabemos donde colocar.
  • Me lamento por las plantas y las tortugas que están a la buena de quién sabe cuál ser sobrenatural.
  • Diseño una cucha de luxe para los perros mientras nos reímos con los niños: la de Fito tiene que tener los colores de la bandera jamaiquina, mientras que la de Blackie será rosa chicle.
  • Me distraigo en los colores, los muebles y los detalles y dejo para él lo groso: trato con arquitecto (amigo, fan del rock progresivo) y albañiles.
  • No veo las horas de volver a esa, nuestra casita. Esto es inminente sea como sea.
A la espera de novedades, los mantendré al tanto. 

10.1.11

A LA REINA BATATA, A LA NENA NO

Qué poder mágico tienen las canciones de mandar una melodía e inmediatamente tocar alguna célula que dispara un químico para que luego el cuerpo se estremezca. Ese es el poder de la evocación, de niños le diríamos magia.
La magia de una canción, de un versito, de un personaje o de un cuento: va directo a un hemisferio del cerebro y de allí, tuc, replica el tambor en el pecho, los ojos se llueven y las comisuras se estiran.
La Reina Batata descansa en mis oídos porque se ha dormido junto al cuerpo inquieto de mi pequeña que hoy no lo es tanto. Esta Reina que se revelaba a quedarse en el plato del cocinero hasta esconderse en un lugar sombrío tenía la cadencia que le ayudaba a conciliar el sueño, recostada indefensa, sobre mi pecho.
Ya fuera del hueco que la mantuvo flotando durante la gestación. En el mismo sitio, pero del otro lado y la misma voz canturreando a la hora de descansar. Ya no más “duérmete pedazo de mi corazón” ni tampoco que “la loba vendrá por aquí si esta niña linda no quiere dormir”.
María Elena Walsh me dio una letra armoniosa de un reino de verduras donde la protagonista se negaba a convertirse en sopa. ¿El destino de la batata? Transformarse en la reina de la cocina con colita verde (le brotó) ¿El destino de mi niña? Crecer y seguir acunándose con la mágica melodía hasta la llegada de la época de los porqués y los cuestionamientos al pobre tubérculo y a los cocineros también. La parte que más le gustaba entonces era cuando la nena buscaba su yo- yó.
Le expliqué a qué se refería ese juego y a partir de ahí, La Reina Batata daba pie para un sinfín de deliberaciones de lo que cada uno hubiera hecho en lugar del chef, de la niña o de su alteza. Al fin, las canciones a la hora de ir a dormir se acabaron para dar paso al cuento y luego a las charlas.
Casi doce años más tarde, se conecta mi hija por el chat ya enterada de la noticia sobre María Elena. Entonces le pregunto: ¿Qué recordás de ella? A La Reina Batata, mami, me responde.
Eso es evocar o mejor dicho: eso es magia.
Publicado en La Voz 

1.1.11

PEGAR UNA ACOMODADA

Por dentro y por fuera, no?
Resulta que el 2011 me agarró más despelotada que nunca y, como siempre, en el último día del año a despedir acarreo las tristezas, las alegrías y los balances sin cerrar que siempre me dieron desparejos. Soy Perito Mercantil, al vicio nomás. 
Eso sí, este año que pasó me permití cosas que me reprimía antes y me hizo bien. Como llorar cuando quise llorar, buscar consuelo, abrazar, dar consuelo, proyectar cueste lo que cueste (hablamos material y todo lo demás también) y darle muchas vueltas a muchos asuntos y encontrar distintas soluciones a un solo problema o varios problemas sin solución aparente que vieron alguna luz al final del camino a lo Víctor Sueiro.
Mi año resumió en un 31 de diciembre lo acontecido en el resto. Despertarme con una certeza y cambiarla al minuto. La idea era ir a la casa a ordenar para agilizar ciertos trámites habitacionales pero cuando el niño despertó uno de sus cachetes parecía robado a los de Quico. ¿Te duele acá? ¿Allá? Hacé así, bueno vamos al médico.
Cambio de planes, dos horas en una sala de espera para que supuestamente lo haya picado un bicho. Al primer antialérgico, la inflamación disminuyó. Las compras se harían en el super pero las hicimos en el barrio y al paso. Nos compramos muchos libros y algo de ropa en un Mall, en vez de ir al super. 
La reunión nocturna, en casa de amigos, sería muy íntima. Terminó siendo casi multitudinaria con más amigos, más adolescentes, niños y hasta perros. Obvio, banda de rock incluida de la cuál fui una lucida y orgullosa cantante (para mí) que maneja mal su voz y olvida las letras. Es más, en algunos momentos terminó siendo una sucesión de nanana, nanana, lararará, pero igual nos divertimos. Empalmamos We are the robots de Kraftwerk con Another brick on the Wall de Pink Floyd hasta que llegó Estación de Sui Generis y otras incoherencias que nos hacían felices mientras las burbujas pasaban de lado. 
Cerramos muy tarde a la madrugada con niños dormidos en el auto, zuecos trastocados en ojotas y el maquillaje muy corrido. 
Hoy no puedo ni hablar de la disfonía. 
Le tengo que pegar una acomodada a la casa, a la agenda, al depto prestado, al escritorio de la Notebook y de la PC del laburo y a mi vida. Me quedan 364 días para esto. ¿OK?