1.6.11

CORAZONES, SOLES Y FLORES

Hoy fui a leer un cuento al grado de mi hijo. Me recibió un puñado de 24 chiquitos con la seño Selva. Nos sentamos en el piso, ¿dónde, sino? la alfombra era un tapizado de trapos de piso cosidos y decorados por ellos mismos. 
Mi niño quería estar a mi lado, la maestra hizo un par de acomodamientos pertinentes para que los codazos (inevitables) no estorbaran. 
Ellos estaban sorprendidos, emocionados, exultantes. Yo, muy feliz. 
La elección del cuento apuntaba a uno clásico porque corresponde a un programa de cuenta-cuentos y es así cómo se comienza. 
Se trataba de un zapatero que era pobre pero laburaba feliz y campante. El tipo cantaba como loco pero, al lado, vivía un millonario al que le estorbaba la felicidad del zapatero, entonces le regaló un cofre de monedas de oro para que el otro se calle la boca. Conclusión, el pobre se volvió un infeliz que no cantaba, no charlaba, no-nada, todo por cuidar el dinero. Agreta mal. Cuando se da cuenta de esto, devuelve la mosca y conclusión: más vale pobre y feliz que rico y desdichado.
Luego del cuento y mostrar los dibujitos, comentamos las cosas que podemos hacer sin tener dinero y que nos hacen felices: todos sacaron postales familiares en que el papá hacía de caballo de todos los hermanitos, la mamá tomaba mate en la plaza mientras ellos jugaban o salían a andar en bici.
Mi hijo dijo que los sábados y domingos el abuelo nos visita y se queda a comer, que decimos adivinanzas y nos reímos mucho en la mesa. Y es cierto, el abuelo no le atina a ninguna y hay que explicárselas y eso le causa risa hasta a él mismo.
Me quedé dos horas. Les saqué fotos, los observé, los atendí. Vi como las manitos trataban de darle forma a lo que habían oído, como mezclaban las minúsculas y las mayúsculas y también las preguntas que me hacían (edad, nombre completo, trabajo, etc). El corazón se me iba inflando.
Llegó el momento de partir, me dedicaron aplausos, besos y todo eso que me iba acelerando el pulso.
A las dos horas volví a buscar a los chicos y Enzo salió con un sobre lleno de cartitas. Apenas lo abrí supe que ese no era el lugar de leerlas. 
Llegué a casa, almorzamos, comentamos el día.
Me fui a mi cuarto y abrí el sobre y me di cuenta que me estaba convirtiendo en Pedro, el millonario del cuento, pero fundido con el zapatero. Era rica en cariño, en alabanzas y elogios pero no tenía monedas de oro.
Uno de los momentos para atesorar en la cajita de nácar. Quién pudiera transmitir así, la simpleza, el amor, la entrega a cambio de culo al piso, abrir un libro, un relato y conversar sobre sus benditas vidas.

6 comentarios:

laura dijo...

QUé momento inolvidable, qué emoción. Y qué lindo lo contás!

Mara dijo...

Ahhh bueno, qué momento!!!
Culo al piso, codazos, el corazón late más fuerte que nunca.
Hermoso relato!!!!

Pepita dijo...

Qué facilidad tenés para hacerme emocionar..impecable tu relato, Rossana!

Rossana Vanadía dijo...

Chicas, este pibe me atrapó y me amarró a la vida. No toca el suelo, es una bestialidad lo que me suecede a nivel admiración jajaja

Anónimo dijo...

Que hermoso Rossana...lo reitero: un placer leerte, cariños,
Lara, cordoba

Eric Zampieri dijo...

Traición! Lo agarrás a uno con la guardia baja y le hacés piantar un lagrimón.