
Llueve y no estamos en Paris. La lluvia infinita de Macondo. El otoño inauguró su temporada con tormentas, chaparrones dispersos y lluvia perenne. Todo húmedo y embotado. Y las casas muestran sus flaquezas y algunas hasta no soportan. Y los más postergados son los menos protegidos. Y la lluvia no perdona, el agua se mete, ataca, ofende. Hay un preciso momento en que este regalo de la naturaleza deja de ser beneficioso y romántico. Hay niños que no pueden ir a la escuela. Escuelas que se llueven, paredes que se electrocutan. Gente sin refugio, servicios que no llegaron y ahora menos. La dosis justa, exacta, desaparece ante lo imprevisible. Del fuego al agua, del agua al abandono. Y el zapping te muestra la pelea diaria, interminable, absurda, entre los políticos antes de las campañas. ¿Esto ya lo ví?