OCHO

Cumplir 8 años no es habitual. No, no, no. Recuerdo esa época tan llena de fantasías, novios imaginarios, vestidos bobos y maquillajes furtivos a la hora de bañarme. Me recontrapintaba con el Angel Face y el carmín de mi vieja y me miraba horas al espejo. Ahora mi hija hace lo mismo, claro, pero no se oculta, es más, a veces tengo que pedirle alguna pintura prestada. Camina con tacos y ensaya coreografías. Prueba peinados, y practica lo que le va a decir a los chicos, las amigas y a sus maestras. La vida es una puesta en escena a su edad. Un escenario, en el que los espectadores (a veces víctimas) somos el resto de la familia. Pero está bien que así sea, es una niña, mi nena. Cuando estaba por nacer, miraba los hijos de mis amigas que tenían la edad de ella ahora y me parecían tan grandes... Es que por ahí, los padres en esa mezcla de nostalgia y preocupación, vemos como precipitadamente se pasa el tiempo. Y de los berrinches pasamos a los planteamientos. De los títeres a las galerías de arte (ama las pinturas, ve cosas en las telas,es muy sensible a eso). De las pelis de dibujitos a las que tienen actores. El ¿porqué? le dio paso a ¿que significa paranoico? o ¿que es un test de embarazo?, entre otras tantas! La fusión ya comienza a distanciarse. También las mamás recibimos críticas y nos convertimos en un espejo que tal vez, no refleje lo deseado. Estamos en la escalerilla que nos lleva al trampolín del crecimiento, de la vida por delante. La tengo ahí entre el deseo de dormir a pata suelta a mi lado toda una noche contra la prohibición de entrar al baño mientras se ducha. Muriéndose de ganas de que la mimoseemos a rabiar y a la vez que la demostración no sea en público. Mi hija ya no se pone en punta de pié para darme un beso. Con estirarse le alcanza. Está creciendo. Me sigue conmoviendo y ¡cómo!. (Foto: hace ocho años...)